Albufeira fuera de temporada: sacudámonos los prejuicios

Famosa por sus animados veranos repletos de fiesta, playa y sol, nos plantamos en la mítica localidad algarvía para conocer su cara B... ¡Y así nos ha sorprendido!
Albufeira Portugal
Getty Images

Si hay una verdad incuestionable es que todo, absolutamente todo, tiene dos caras, siempre depende del ojo con el que se mire. Por ejemplo, la primera vez que visité Albufeira disfruté como una enana –de hecho, lo era– de un pueblo del sur de Portugal que mostraba a los cuatro vientos su cara A. En sus calles confluían todos los estándares esperados por estas coordenadas algarvías: largas playas de ensueño, agua helada, escarpados acantilados, horas infinitas de sol, mil y un restaurantes con sus cataplanas y sus frangos con patatas correspondientes y un ambiente nocturno liderado por la fiesta y el cachondeo. Puro verano, vamos.

Y, cosas que nos ocurren, esa fue la imagen que me se quedó grabada en la cabeza. Por eso, cuando en otros momentos pensaba en el Algarve como lugar para desconectar, Albufeira quedaba descartada de la lista. Craso error.

Vista aérea de la costa de Albufeira.Getty Images

Pero hace poco regresé. Y lo hice con los ojos bien abiertos y el espíritu listo para dejarse conquistar por la infinita oferta de alternativas que la localidad me tenía preparadas. Porque cuando el verano se va y los miles de visitantes desaparecen, Albufeira se transforma en ese coqueto pueblo de casas encaladas junto al mar y calles impregnadas de pasado árabe que conquista con solo mirarlo. Un rincón de postal en el que la oferta es casi tan inmensa como su historia. Bienvenidos a Albufeira fuera de temporada.

PERDERSE POR SU CASCO HISTÓRICO

Diría que lo primero que se debe hacer cuando se aterriza en un nuevo destino, sea este el que sea, es pasear. Solo así se consigue tomarle el pulso al lugar al tiempo que se rasca en los detalles de su pasado. Y eso, Albufeira, lo pone fácil: cuando el turismo es casi inexistente, el placer de andar y desandar las enrevesadas calles de su casco viejo resulta un verdadero placer.

Así que lo primero será recorrer su popular y animada calle central, la peatonal Rua 5 de Outubro, repleta de tiendas de suvenires y restaurantes bastante enfocados al turismo. A los pies, las tradicionales teselas blancas y negras tan típicas de territorio luso decoran con imágenes el pavimento. Caminando en dirección al mar, sorprende el famoso túnel de Albufeira, de 20 metros de largo, que atraviesa la roca hasta desembocar en una de las famosas playas urbanas de la localidad: la Praia do Peneco es hermosa a rabiar.

Casco histórico de Alfubeira.

Alamy

Pero, dejando a un lado aún lo de remojarse los pies en el Atlántico, hay que seguir explorando –no hará falta ir demasiado lejos– hasta toparse con algunos tesoros patrimoniales de la talla del Arco da Travessa da Igreja Velha, de época musulmana, que da paso a todo aquello que un día formo parte del interior de la muralla del castillo árabe.

También hay que detenerse en su Igreja Matriz de Nossa Senhora da Conceiçāo, del siglo XVIII, en la de Santa Ana –de la misma época– o en la de São Sebastião, cuyo pórtico lateral de estilo manuelino reclama la atención. El Museo Municipal cumple su misión de poner al día de los orígenes de este pedacito del Algarve dando un repaso a sus principales restos arqueológicos. Desde su azotea –y aquí va un tip–, la panorámica es espectacular.

Ver fotos: las mejores playas de Algarve y Alentejo

Pero, donde no se debe escatimar en tiempo a la hora de la visita, es en el recién estrenado Centro de Artes y Oficios de Albufeira, bautizado con el nombre de Carlos Silva e Sousa y ubicado en el edificio que un día funcionó a modo de tribunales. No será raro encontrarse con un grupo de señoras locales elaborando artesanía entre animadas charlas. Con amplias salas donde va a ir siendo expuesto el arte contemporáneo de artistas lusos, también cuenta con una apacible terraza e incluso con una tienda de piezas artesanales típicas de la zona. Un lugar perfecto para hacer acopio de bonitos recuerdos que llevarse a casa, ya sea una botella de licor tradicional, o unos dulces de higos y almendras.

Iglesia de Santa Ana.

DE SEGUNDO, EL MAR

Y de tercero, y de cuarto y hasta de quinto: que el mar en Albufeira es uno de sus mayores tesoros es una realidad que no hay que argumentar: está a la vista. Porque sus 30 kilómetros de costa están surtidos de algunas de las playas más bonitas y espectaculares del litoral luso –un apunte: aquí se halla la mayor concentración de playas con Bandera Azul del Algarve–. Ya la protagonicen extensos arenales o escarpados acantilados colmados de inmensas rocas, la belleza salvaje es un hecho que hará aumentar el nivel de amor por esta tierra hasta cotas insospechadas.

Una de las más populares y pintorescas es la Praia dos Pescadores, en pleno centro de la localidad. Sus doradas arenas fueron el lugar en el que, durante siglos, los pescadores dejaban sus barcas reposar o aprovechaban para reparar lo necesario. Caminar en temporada baja por sus finas arenas, sentir el agua, gélida, en los pies, es una de las experiencias más estimulantes que vivir en Albufeira. Después vendrán otras como la Praia dos Alemães, la de dos Aveiros o la de da Baleeira. Será por opciones.

Praia dos Pescadores.

Alamy

También está la posibilidad de disfrutar del mar, pero desde un barco. Y, en este sentido, las opciones son absolutamente infinitas. Sin embargo, una actividad de éxito en la zona es la de hacer una excursión de un par de horas con los chicos de Dream Wave Algarve para emocionarse contemplando a familias completas de delfines saltando y salpicando al personal mientras nadan a toda velocidad junto a las zodiacs.

Más tranquila, eso sí, es la segunda parte de la aventura, cuando tras recorrer la costa admirando los acantilados –solo que esta vez, desde abajo–, el barco se adentra en cuevas ocultas entre las rocas. Entre ellas se halla la mundialmente famosa cueva de Benagil, que con su agujero en la cima ha protagonizado todo tipo de reportajes, postales y panfletos turísticos. Tanto es así que, debido a su popularidad, desde hace un tiempo está prohibido bajarse en su playa: la gran afluencia de barcos, kayaks y nadadores durante la época estival estaba llegando a hacer peligrar su estado.

Cueva de Benagil.

Alamy

¿Una última manera de disfrutar de las bondades del mar? Pues, atención, porque esta es de lo más particular: hacerlo bien equipado con bombona de oxígeno y neopreno en las profundidades. Y, ojo, porque no se trata simplemente de hacer submarinismo, sino de hacerlo mientras se visita un auténtico museo bajo el mar: Art Reef espera. “Si elegimos la Tierra, tenemos que pensar en el mar” es el mensaje que lanza quien se haya tras este proyecto, el artista luso Alexandro Farto, más conocido como Vhils, quien se animó a crear esta fascinante exposición submarina con un objetivo claro: combinar el poder creativo y la naturaleza para dejar, después, que todo fluya.

A lo largo de 1.250 m2, a solo una milla de distancia de la costa de Albuferia, y a 12 metros de profundidad, hay expuestas 13 piezas elaboradas en hierro y hormigón a partir de materiales recuperados de centrales térmicas abandonadas de España. Piezas trabajadas con anterioridad y que muestran figuras a las que hoy la propia vida marítima ha abordado hasta hacerse dueña.

COMÁMONOS LA ALBUFEIRA

No hay experiencia que alcance el nivel de sublime que no incluya pasar por una buena mesa. Y, si resulta que en vez de una buena mesa, son varias, pues mira: mejor que mejor. Para comprobar la riqueza que por aquí se estila en el ámbito gastronómico no hay nada como hacer parada en Veneza, un restaurante rebosante de esencia ubicado en la freguesía de Paderne.

Cientos, miles de botellas de vino y licores colman las estanterías que ocupan sus diversas salas. Salas en las que se reparten también, claro, mesas en las que alzar la copa y catar: aquí, en este establecimiento con alma local, las sapateiras –bueyes de mar–, los guisos con porco y feijões y los quesos y chacinas pasan en bandejas de un lado a otro con la misma velocidad con la que son consumidos. Abierto desde 1983, la historia del negocio comenzó en realidad mucho antes, en 1954, cuando el abuelo de Manel, primer propietario, montó aquí una tienda de comestibles.

Veneza.

Veneza

Otro tipo de delicias lideran las mesas de O Farol, en la Praia dos Pescadores. Una suerte de restaurante-chiringuito en el que –solo hay que echar un vistazo a su decoración– el pescado es el protagonista. Unas almejas son el entrante ideal para la lubina a la brasa que llega después. ¿Lo mejor? Saborearla con los pies en la arena... Buen producto, buenas vistas, buena compañía. No se puede pedir más.

O quizás sí. Porque se escapaba de estas líneas el vino... ¡y qué vino! Que el Algarve está trabajando fuerte y duro por elevar el estatus de sus bodegas al nivel del de otra regiones lusas no es ningún secreto. Y, aunque aún queda, lo cierto es que están haciendo las cosas muy bien. En Albufeira, de hecho, se puede comprobar dando un salto a Adega do Cantor, donde hacer una visita guiada por sus dominios, conocer su historia de primera mano y catar, por supuesto.

Con varias hectáreas de viñedos de syrah, aragonés y alicante bouschet –una uva tinta típica del sur de Francia– elaboran unos sabrosos vinos que tomar entre barricas o, mejor aún, en su mirador con vistas al infinito donde los atardeceres tornan el horizonte de rojos imposibles convirtiendo esos instantes en un recuerdo inolvidable.

Adega do Cantor.

Adega do Cantor.

ADRENALINA AL PODER

Y sí, la limpieza de prejuicios en Albufeira podría haber acabado con un momento idílico de este calibre, pero, ¿por qué no darle un poco de punch al asunto? Para ello, nada como tirar de unos verdaderos expertos en aventura, Algarve Riders, que tas proveer de todo el material necesario –desde cascos a trajes protectores para el polvo–, guían a lo largo de varias horas por los senderos pedregosos y de tierra albariza del interior algarvío. Y lo hacen de la manera más inusual: en buggy, lo que suma emociones extra a la experiencia.

Rutas que permiten descubrir, mientras se avanza por campos de naranjos e higueras, una Albufeira distinta, alejada de la imagen de sol y playa que tan estrechamente se encuentra ligada a su nombre. Un lado más rural que también invita a conocer rincones como el castillo de Paderne, construido a finales del siglo XII por los bereberes y uno de los que –se cree– están presentes en el escudo de la bandera portuguesa. En su interior, otra sorpresa: la coqueta ermita de Nuestra Señora del Castillo, que se alza, con su puñado de siglos de historia aferrados a sus paredes, frente a unas vistas inigualables de la campiña del Algarve. Alrededor, todo es paz.

Castillo de Paderne.

Alamy

Y así, desde otro rincón insospechado más de Albufeira que lleva a recordar que los tópicos son solo eso, imágenes preconcebidas de un lugar, este pedacito de Algarve viene a poner sobre la mesa que siempre, siempre, hay que dedicar tiempo a indagar en las caras B, como la de Albufeira fuera de temporada. Qué necesarias son.

Praia do Peneco, Albufeira.

Alamy

Ver más artículos