Pueblos de colonización: deja de llamarlos pueblos de Franco

Una exposición en la Fundación ICO pone en valor su arquitectura y muestra la cara más humana de estos pueblos olvidados.
Pueblos de colonización.
Archivo MAGRAMA

Es cierto que los inventó la dictadura, pero quedarse con que los pueblos de colonización son pueblos de Franco no resulta correcto. "Es importante el matiz. Una parte del olvido vivido en estos pueblos se debe a ese pasado, a ser considerados pueblos franquistas. Y no lo son. Fueron pueblos hechos como sistema de trabajo en los que familias humildes se mataron a trabajar”, asegura Ana Amado, que junto a Andrés Patiño firman la magnífica exposición Pueblos de colonización. Miradas a un paisaje inventado.

Hasta el 12 de mayo, en la Fundación ICO (C/ Zorrilla, 3), se puede disfrutar de una amplia retrospectiva sobre este paisaje de casas y campos de labranza perfectamente organizados y autosuficientes que surgieron de la nada en la España rural entre los años 40 y 60 del siglo XX y que movilizaron a cerca de 60.000 familias. Muchos hoy son pueblos olvidados, solo conocidos por algunos amantes de la arquitectura que bien saben que algunos son tesoros urbanísticos que no solo llevan la firma de arquitectos destacados en el siglo XX, resultan también construcciones pioneras y únicas. Los hay que también cuentan con obras de arte. Y, al final, todos estos pueblos de colonización son el resultado de una historia que no pasó en ningún otro lugar.

Cerca de 200 fotografías, dibujos, planos y documentos permiten adentrarse en la historia de este mastodonte urbanístico que cambió el panorama rural en apenas tres décadas. “Son pueblos que merecen ser estudiados, pues es un fenómeno único en el mundo”, detalla Andrés. Cuenta Ana que “seguramente Franco se inspiró en Mussolini, que en el sur de Roma realizó una colonización de la tierra, construyendo las llamadas ciudades del Agro Pontino. En Portugal también se crearon aldeas, pero el caso español es el más vasto de todos. Es algo único: son 300 pueblos creados de la nada en apenas 30 años”, añade.

Esquivel, uno de los pueblos de colonización más conocidos.

Pueblos de colonización. Miradas a un paisaje inventado.

Andrés y Ana, ambos arquitectos, comenzaron en 2016 a interesarse por esta curiosa estampa que baña buena parte de las cuencas fluviales españolas.

"Comenzamos un trabajo de investigación por curiosidad, pues recordábamos las fotos icónicas de Kindel, el gran fotógrafo de la colonización, y quisimos ver cómo habían evolucionado estos pueblos”. Al principio fue la arquitectura, después la gente que vivía entre sus paredes fue lo que los cautivó. De hecho, la pareja no solo ha visitado 45 de estos pueblos, también se instalaron en Vegaviana algo más de un mes “para entender cómo se vive aquí, como debe ser sentirse llegar a un lugar de cero”, cuenta él.

PAISAJES INVENTADOS SOBRE IDEAS YA EXISTENTES

Con la creación el 18 de octubre de 1939 del Instituto Nacional de Colonización (INC), el régimen buscaba aliviar las estrecheces derivadas de la devastación de la guerra con la conversión del secano en regadío y, al mismo tiempo, "fue una manera de retener familias en el campo. Se considera la segunda gran migración interior del siglo XX en España", cuenta Ana. Sin embargo, “la necesidad de construir regadíos en la España seca era algo que no inventó ni Franco ni su instituto. Ya en el siglo XIX hay datos que hablan de esto y la propia República tenía una política hidrológica y de colonización que quería llevar a cabo, aunque en este caso la tierra estaba en manos de los trabajadores, no del Estado", añade.

Erigidos en tiempo récord, los pueblos de colonización destinados a satisfacer una demanda agrícola que había sido arrollada por la guerra y por la autarquía que caracterizó la primera etapa del franquismo fueron poblados en su mayoría por “familias asoladas por el hambre y la penuria, que solían trabajar ya la tierra y que no tenían ningún otro futuro al que aferrarse. Gente de pueblo que dejó su hogar para empezar de cero en otro pueblo, pero en uno que había sido inventado y que debía dar frutos”, añade Ana.

Un cartel de un pueblo de colonización (con el símbolo del Instituto Nacional de Colonización).

Ana Amado

NADA ES GRATIS

Las iniciales del Instituto Nacional de Colonización (INC) unidas en un único símbolo y con una corona en la parte superior aún se pueden encontrar por muchos de estos pueblos de colonización. En la propia exposición una alcantarilla lo trae a escena, dando sentido a una estampa que muchos habrán visto sin saber a qué se refería.

Una casa y un campo de labranza que pasaba de ser de secano a regadío era el lote que recibía un colono, esto es, todo aquel habitante (más bien familia) que pasaba a convertirse en vecino de estos pueblos de colonización.

“Cuando iba a surgir un nuevo pueblo, había una especie de llamada y la gente se apuntaba”, cuenta el arquitecto. “Para ser colono había que cumplir algunos requisitos, como el llamado pasado limpio, y había condiciones que daban puntos, como ser familia numerosa". Entonces, por sorteo, recibías una casa y un lote de tierra.

Pero estos colonos no recibieron ningún regalo. Tanto la vivienda como la parcela, de entre cuatro y ocho hectáreas, que se recibía, era un préstamo. Varios títulos de posesión, “que no escrituras como tal”, detalla Andrés frente a algunos ejemplos cedidos para la exposición, vinculaban al colono con el Estado. "Fue una especie de hipoteca”.

Había que labrar siguiendo a rajatabla las instrucciones del INC, encarnado en la figura del mayoral, que ejercía una “tutela” directa sobre los colonos durante un periodo de cinco años. A este le supervisaba un perito, y en lo alto de la pirámide se hallaba el ingeniero agrónomo, que fijaba un plan de explotación anual para cada zona. Si no se cumplía, daba pie a la pérdida de la propiedad sin miramientos. “Hubo gente que estuvo labrando la tierra por 20 años y de repente se quedó sin nada”, cuenta Ana. “Trabajaron como bestias. Los peores años, sin duda, fueron los 40 y a principios de los 50. No tenían derechos de ningún tipo. De esto descubrimos la gran comunidad que se creó entre colonos. Si una cosecha iba mal se cedían entre vecinos para poder pagar”, añade. Sin embargo, “hablando con ellos nos han contado que no guardan rencor. Los explotaron, pero por otra parte se les dio una oportunidad en un momento en que lo estaban pasando mal. Están en paz”, cuenta ella.

Viviendas terminadas en Gévora (Badajoz). Obra de Carlos Arniches.

Archivo MAGRAMA

Estos pueblos de colonización resultaron de lo más rentables. Y es que especial mención requieren los documentos que explican los orígenes financieros de la colonización: unas obligaciones, reconocidas como deuda pública a las que se suscribían particulares o empresas, como la de 409 millones de pesetas que se ve en la exposición.

“Con ese dinero prestado se pagaba tanto al equipo responsable de la construcción como la compra del terreno donde se iba a erigir el pueblo en cuestión, detalla Andrés, que añade que se adquirieron ”grandes latifundios con los que hubo una importante especulación”. Y es que, “pagaron muy bien a los terratenientes, que encima se enriquecieron con este movimiento, pues ellos no renunciaron a las mejores propiedades y a los colonos no solo les dieron las peores tierras, se les pidió hacer productivo un terreno que nunca antes había sido de regadío”, cuenta Ana.

Por eso la mayor parte de los pueblos de colonización están en las cuencas fluviales. Y es que con ellos “llegó a España el cultivo de algodón, de remolacha, de maíz o los pimientos”, cuenta Ana. Materias primas que el país no podía importar en el momento y que los colonos tuvieron que aprender a hacer realidad. "Hubo cultivos experimentales y algunos tardaban años en dar fruto”, añade.

La primera parte de la exposición explica la creación de los pueblos de colonización.

Fundación ICO

Cedidas por el Banco de España y mostradas por vez primera al público general, estas obligaciones que hicieron posible la creación de los pueblos de colonización conviven en la exposición con otro interesante documento: un informe del Banco Mundial de 1962 que recomienda al régimen crear una agencia que centralize todos estos préstamos –o lo que es lo mismo: el futuro Instituto de Crédito Oficial (ICO), donde está la muestra–.

EL ARTE DEL URBANISMO

Se sabe que el primer pueblo de nueva planta fue El Torno, en Cádiz. Ubicado a unos 20 kilómetros de Jerez de la Frontera, el proyecto de colonización de El Torno –junto al de La Florida, también en Jerez– se redactó en 1942 y su construcción se aprobó un año más tarde, pasando a ser modelo y campo de experimentación de un paisaje inventado que tiene marcado el año 73 como broche final.

Gévora (Badajoz), obra de Carlos Arniches.

Archivo MAGRAMA

“La época dorada de estas construcciones fueron los 50”, detalla Andrés delante de una línea temporal que han diseñado ellos mismos con la fecha de creación de los cerca de 300 poblados de colonización que se hicieron. El 70% de los pueblos construidos se concentra entre Andalucía (unos ciento diez), Extremadura (unos sesenta) y en el río Ebro (unos cuarenta), aunque 27 provincias cuentan con algún ejemplo.

Hay que tener muy en cuenta que no solo son los pueblos los que se crearon de la nada. “Las parcelas también se crean”. De hecho, resulta muy interesante mirar con detenimiento todos los planos que han recopilado para la exposición. "Puedes ver cómo los campos se distribuyen pegados a los pueblos en los primeros años, teniendo en cuenta lo que se llama tiro de carro, esto es, midiendo la distancia entre el campo y la casa y así evitar las pérdidas de tiempo. En cambio, en los sesenta, con la llegada de los tractores, el urbanismo pasa a ser otro”, detalla Andrés.

Además de la belleza de los planos en sí mismos, con creaciones en forma de abanico o de perfectas cuadrículas, todo buen amante de la arquitectura encontrará firmas más que conocidas. Y es que para erigir estos enclaves, el franquismo recurrió a arquitectos novatos que, con el tiempo, acabaron por revelarse como nombres clave del siglo XX: José Luis Fernández del Amo, Alejandro de la Sota, José Antonio Corrales, Juan Piqueras Menéndez, Antonio Fernández Alba o Fernando de Terán (el actual director de la Academia de Bellas Artes de San Fernando).

Croquis de viviendas en Esquivel, de Alejandro de la Sota.

Fundación Alejandro de la Sota

TESOROS ARQUITECTÓNICOS

Aunque las primeras construcciones “fueron más historicistas, asociadas al régimen”, cuando el arquitecto José Tamés Alarcón pasó a dirigir la sección de arquitectura del INC en 1941 marcó un momento clave para estos pueblos: "Incorpora al proyecto arquitectos jóvenes (o que habían sido depurados, como Carlos Arniches, artífice del Hipódromo de la Zarzuela) y les anima a experimentar tanto en la parte de diseño urbanístico como en la propia arquitectura.”, añade Andrés.

El mundo rural también tiene mucho que decir. Nosotros que somos arquitectos quisimos estudiar estos pueblos porque muchos fueron experimentales”, dice Ana.

A cada paso que uno da en la exposición va descubriendo dibujos y planos cedidos con magníficas creaciones, como el caso del conocido pueblo de Esquivel (Sevilla), de Alejandro de la Sota, construido en forma de abanico, con un espacio vacío en el centro es el punto de salida de las diferentes calles, que deja la plaza mayor fuera, “algo novedoso para la época”, señala Andrés. También lo deja claro Villalba de Calatrava (Ciudad Real), de José Luis Fernández del Amo, donde una geometría perfecta se desarrolla a partir de una manzana hexagonal; el brutalista campanario de hormigón de Llanos de Sotillo, en Jaén (José Antonio Corrales Gutiérrez), la cilíndrica iglesia de Entrerríos (Badajoz), la capilla moderna de la ermita del pueblo de Valfonda de Santa Ana, en Huesca ("que es de 1954 y es una maravilla", señala Andrés) o La Santa Espina, una rareza en medio de Castilla y León donde el pueblo nace en los 50 ligado a un monasterio del siglo XII.

Aunque si para el artífice de la muestra hay un lugar del que hablar, ese es Foncastín, en la A6, ”es un pueblo muy singular", dice Andrés. "Es un pueblo historicista pero muy agradable cuya historia es peculiar. Y es que trajeron a los colonos de León, de un pueblo que había desaparecido bajo el agua. Venían de un lugar montañoso, muy verde, y replicaron un memorial que tenían en su pueblo original en este de Castilla por la morriña".

Iglesia de Villalba de Calatrava (Ciudad Real), obra de José Luis Fernández del Amo.

Herederos de Joaquín del Palacio

¿Cómo eran las casas de los colonos? “Había varios tipos. Para los colonos, los agricultores, que tenían conocimientos del campo, eran casas grandes que siempre contaban con almacén y cuadras. Las de obreros, en cambio, que eran trabajadores contratados para trabajar en el campo, jornaleros, eran más pequeñas. También se creaba la casa de aquellos que trabajaban para el pueblo, esto es, el profesor o los artesanos. Eran pueblos que, paradójicamente, tenían mejor servicios que los pueblos historicistas que estaban en su alrededor”, señala Andrés. Un dato curioso: iglesia siempre había, pero también bar, biblioteca o cine. “Hay que pensar también que eran pueblos que se construían ya cerrados, esto es, con el número de vecinos que iba a haber, sin ampliaciones posibles", añade frente al plano de Cañada de Agra (Albacete), “que era el pueblo favorito de Fernández del Amo". Siguiendo las curvas de nivel, el arquitecto acomodó el pueblo entero creando lo que hoy sería una perfecta urbanización de chalets organizados.

Detalla Ana que “resulta muy gratificante ver cómo los arquitectos erigieron de cero respetando la naturaleza y la arquitectura vernácula. Por ejemplo, en Huesca esperan casas muy bonitas en piedra y es frecuente encontrar en Jaén pueblos abiertos al olivar o creaciones en Alicante que incluyen un palmeral en sus calles. Son cosas que hoy echamos de menos en las ciudades", dice Ana.

Campanario de la iglesia de Llanos del Sotillo (Jaén), José Antonio Corrales.Ana Amado y Andrés Patiño

También se miró mucho por el propio habitante, como bien demuestra La Bazana (Badajoz), obra de Alejandro de la Sota, compuesto por cinco plazas, todas iguales y en hilera, cada una cercada por una decena de viviendas y presidida por una fuente, todas distintas, a cual más peculiar, que deja clara la visión del arquitecto ante la necesidad de contar con espacios abiertos y públicos. O Vegaviana, construido en 1956 en Cáceres por Fernández del Amo, donde, en un espléndido encinar que el arquitecto quiso mantener, surge un poblado con “conceptos que hoy todavía se utilizan, como las manzanas para los vecinos o calles para coches apartadas de las puertas de los vecinos”, detalla Andrés.

EL PODER DE UNA IMAGEN

De hecho, Vegaviana obtuvo gran reconocimiento cuando fue presentado en un congreso en la URSS en 1958. En 1961, recibió la medalla de oro de la Bienal de São Paulo. Y en 1998 el Ministerio de Fomento lo situó entre las principales obras de arquitectura nacionales. Su magnífico urbanismo donde una ronda perimetral circunvala al pueblo –de modo que animales y carros transiten sólo por las calles exteriores– se puede ver en mayor detalle gracias a las fotografías cedidas por la familia de Joaquín del Palacio, o Kindel, como quiso llamarse él mismo. El fotógrafo se encargó de capturar la vida en unos cuantos pueblos de colonización, con Vegaviana como cabeza de cartel.

Vegaviana en la actualidad.

Ana Amado y Andrés Patiño

Los colonos hoy en día.

Ana Amado y Andrés Patiño

Sin embargo, fuera de nuestras fronteras fue la serie Spanish Village de Eugene Smith, publicada en la revista Life en 1951, la que rompió moldes. Y es que este reportaje en Deleitosa (Cáceres) se publicó con la intención de mostrar una cara del país basada en la miseria que hiciese recapacitar al americano sobre con quién iba a comenzar relaciones diplomáticas. Un ejemplar se puede ver en la exposición, así como la respuesta que emitió el régimen, donde la escena, como es lógico, es la de la prosperidad y la felicidad.

Vegaviana (Cáceres), en 1958.Herederos de Joaquín del Palacio

EL ARTE OLVIDADO

Escultura de Pablo Serrano y baptisterio de la iglesia de San Isidro (Alicante).

Ana Amado y Andrés Patiño

Hay una parte muy interesante en la exposición. Y esa es la destinada a poner sobre relieve las tantas obras de artistas de renombre que quedaron relegadas al olvido. Porque pintores, escultores y artesanos también dejaron su impronta en los pueblos de colonización.

“Hubo mucha gente implicada y nos parece muy injusto que hasta ahora no se haya hablado de ello. Grandes artistas hicieron aquí primeros trabajos", señala Ana, que pone como ejemplo Villalba de Calatrava, cuyas calles no son solo un entramado en forma de panal de abeja, son también el escenario de un mural del informalista Manuel Hernández Mompó.

Manuel Millares, Pablo Serrano, Juana Francés, Arcadio Blasco o José Luís Sánchez son algunos de los que produjeron numerosos trabajos para la elaboración de elementos como esculturas, objetos litúrgicos, vidrieras o cerámicas de las iglesias de los pueblos de colonización.

A este arte olvidado los comisarios han querido darle un hueco con piezas cedidas de Pablo Serrano o Antonio Hernández Calpe. “Muchas mujeres también intervinieron”, señala Andrés. Una emotiva maternidad de Carmen Perujo es uno de los ejemplos que han traído, pero también dejaron una olvidada impronta Delhy Tejero, Teresa Eguíbar, Jacqueline Canivet, Flora Macedonsky, Menchu Gal o Isabel Villar.

Juana Francés trabajando en el azud de San Isidro (Alicante).

IAACC Pablo Serrano

Mucho tuvo que ver José Luis Fernández del Amo, que no solo creó 14 pueblos de colonización, fue impulsor y director del Museo de Arte Contemporáneo (hoy Museo Reina Sofía) entre 1952 y 1959 y en su propia casa se formó el grupo El Paso. "No dudó en abogar por la Bauhaus y la integración de las artes, tuvo unos cuantos problemas con la iglesia por ello”, cuenta Andrés mientras recuerda un retablo de Manolo Millares que fue eliminado por no gustar a la iglesia ante dos obras del canario bautizadas como “Los Curas”.

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ELLOS, ABUELOS Y ABUELAS

“Nos parece injusto que a esta gente siempre se le ha despreciado, se les ha llamado los colonos de Franco, y no tienen ninguna culpa. Ahí no hubo tintes políticos; simplemente aprovecharon una oportunidad laboral en un momento que necesitaban sacar adelante a sus familias”, señala Ana. Por eso los rostros de los colonos marcan el final de la exposición en una muestra fotográfica a gran escala. Los de ayer y los de hoy, porque posa con el rostro ajado una de las lavanderas de Vegaviana capturada por Kindel (que en ese momento contaba con 18 años) pero también las nuevas generaciones, como la de Beltrán, que posa agarrado a su tractor de juguete.

Comenzamos interesados en la arquitectura, pero después descubrimos a las personas", añade Ana. El visitante a la exposición también lo hace, paseando entre varias decenas de retratos que podrían ser cualquier abuelo o abuela de este país. “Mucha gente nos ha dicho que le suenan caras. Y es que ellos son los rostros de nuestra historia. Gente de campo, que luchó en una época terrible por salir adelante y que podrían ser perfectamente nuestros abuelos”, confiesa Andrés, que añade que tienen cientos de horas rodadas para un posible documental donde “una señora en Entrerríos todavía bajaba la voz cuando hablaba del franquismo, me recordó tanto a mi abuela. Todavía hay ese miedo en este país de hablar de nuestra historia, de las luces y las sombras”.

Los colonos, de ayer y de hoy.

Ana Amado

Las manos ajadas de aquellos que tanto trabajaron.

Ana Amado

Añade Ana que lo que más recuerdan los colonos con los que han hablado “es lo muchísimo que trabajaron sus padres, sobre todo las madres, que estaban tanto en el campo como en la casa”. Algunas de estas declaraciones se pueden escuchar en un breve clip que cierra la exposición. "Hay muchísimo material filmado, pero necesitamos financiación”, cuenta Andrés. Ojalá llegue ese documental y podamos no solo verles, también escucharles. Y visitarlos, porque al igual que tantos pueblos abogan por el turismo rural como única forma de supervivencia, los pueblos de colonización también comienzan a apostar por iniciativas que los sitúen en el mapa como lo que son: lugares llenos de historia, con una arquitectura y un arte que los convierte en verdaderos museos al aire libre.

INFORMACIÓN PRÁCTICA

Pueblos de Colonización. Miradas a un paisaje inventado. Hasta el 12 de mayo en la Fundación ICO, C/ Zorrilla, 3, Madrid. Tel.: 91 420 12 42. Horarios: De martes a sábado: 11.00h a 20.00h. Domingo y festivos: 10.00h a 14.00h Cerrado: lunes. Entrada gratuita

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