Torija: un castillo, un libro y Pocholo

Es el primer pueblo que debes visitar para recrear el Viaje a La Alcarria de Cela. Restos del medievo, historias de templarios, un castillo dedicado a un libro y el genial Pocholo sentado a la mesa.
Torija castle
Getty Images

Hace casi ocho décadas, un jovencísimo Camilo José Cela, con apenas treinta años y a punto de ser padre por primera y única vez, subía a aquel tren de Atocha, rumbo a Guadalajara. De mente privilegiada y alma viajera, probablemente no era consciente de que en ese momento comenzaba uno de los viajes que más marcaría su carrera y su propia vida. Era el comienzo de “Viaje a La Alcarria”, uno de las cuatro grandes experiencias rurales que materializaría el escritor en forma de cuadernos de viaje. Y el resto, es historia.

Su viaje por Guadalajara tendría su primera parada en Torija, un bonito pueblo de gentes recias y paisajes agrestes, que hoy en día se conoce como La Puerta de La Alcarria. Su origen medieval y su posición estratégica en el camino hacia el Reino de Aragón convirtieron esta vía de paso en un lugar de interés defensivo. Aunque sería la llegada y partida del escritor lo que conseguiría que Torija tuviese su lugar en el mapa de interés turístico de la provincia de Guadalajara.

LA PRIMERA ETAPA DE CELA POR LA ALCARRIA

La mejor forma de recorrer Torija, siguiendo los pasos de Cela, es partiendo del parking que hay frente al castillo. Adivinamos esa pericia arquitectónica castellana de quienes peleaban contra el frío levantando toscas casas de piedra y ladrillo, con balconadas donde, curiosamente, no es fácil encontrar color ni rastro de flor alguna. Sus callejuelas empedradas, la sobriedad de las fachadas y el inquietante silencio dejan bien visible el parecido que guarda Torija con las cercanas Cifuentes, Brihuega e incluso Sigüenza.

Los campos de lavanda en Brihuega, la Alcarria.

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Frente al castillo, la Puerta de La Alcarria se abre como un gigantesco balcón hacia la inmensidad de una naturaleza vestida en tonos pardos y botella. Hacemos un salto en el tiempo hasta el siglo XVI, cuando el castillo estaba en pleno apogeo. En sus faldas, se celebraban las justas de caballeros conocidas como el “Paso Honroso”, en honor al aprisionamiento de Francisco I de Francia, tras su derrota en el sitio de Pavía, un intento fallido del país vecino por hacerse con las tierras italianas.

Pero antes de entrar al castillo hay que fijarse bien en los restos de la muralla que en su día rodeaban el casco histórico de Torija, convirtiendo la villa en una verdadera ciudad fortificada. Llegó a tener tres puertas de acceso a la ciudad, aunque hoy en día tan solo resiste un torreón y la Barbacana, obstinada huella de un pasado glorioso de reyes y caballeros andantes. Este pequeño muro, resiste al paso del tiempo convertido en Mirador, ventana para aquel que busca deleitarse la vista con la vastedad del valle alcarreño en toda su magnificencia.

Si bordeamos el castillo llegamos hasta la Plaza de la Villa, un lugar donde se encuentra el bonito ayuntamiento de la localidad. Aquí se empieza a notar movimiento, el de los restaurantes de Torija, que animan a hacer parada en la calle General Aldeanueva. Pero hay que resistirse y continuar el camino si queremos hacer la última visita antes de entrar al castillo. Será en la Iglesia de la Asunción, un templo gótico tardío del siglo XVI construido sobre una antigua iglesia románica. Su bonita portada renacentista resistió a duras penas los bombardeos de la Guerra Civil. En su interior, austeridad y arte plateresco en el arco, aunque el retablo original desapareció en la contienda.

Plaza de Torija, en la Alcarria, Guadalajara.Getty

UN LIBRO Y UN CASTILLO

El castillo de Torija probablemente no dejó tan embelesado a Camilo José Cela como a todos los que hemos tenido la posibilidad de disfrutarlo por primera vez tras su remodelación. Su origen es algo incierto, probablemente levantado sobre algún puesto vigía que ya existiera entre los siglos XII y XIII, una época en la que la Orden de los Templarios campaba a sus anchas en la península ibérica.

Se cree que la actual edificación data del siglo XV, aunque en el siglo XIX casi llegó a desaparecer durante la ocupación francesa. A sus muros acudió en aquella época Juan Martín Díez, “El Empecinado”, que tuvo la brillante idea de “volar” la edificación para evitar que los franceses pudieran avanzar durante la Guerra de la Independencia. Y no fue la única pólvora que saborearon sus albarradas, ya que la Guerra Civil inyectó una buena dosis de destrucción durante la batalla de Guadalajara.

No sería hasta llegado el año 1962 que el castillo pudiera verse de nuevo engalanado gracias a la restauración integral que culminó la misma Diputación de Guadalajara. El castillo de Torija hoy se eleva orgulloso y petulante, luciendo su estilo torrejón, de planta cuadrada con muralla, patio de armas y torre del homenaje. Nada que ver con el castillo que otrora encontrase don Camilo durante su viaje, probablemente destartalado y decadente.

Atardecer en Torija.Getty

En 1995, Torija decide dedicar un espacio del castillo a la obra del escritor, abriendo un Museo dedicado casi exclusivamente a “Viaje a la Alcarria”, el libro de libros para los torijanos. Es más, está considerado como uno de los dos museos que existen en el mundo dedicados exclusivamente a un libro. En este peculiar “club”, el castillo de Torija comparte pupitre únicamente con el Museo de la Biblia de Washington D.C.

Tras empaparnos de la Alcarria de Cela, hay que visitar el resto del castillo que tiene otras muchas cosas curiosas que ver. En la planta superior encontraremos más pertenencias del premio Nobel, versiones del libro en varios idiomas, mapas y algunos enseres personales que Don Camilo llevó durante su aventura. En las mazmorras del castillo, que no son lo que esperáis, se puede visitar un espacio que hoy en día se emplea como sala de exposiciones.

POCHOLO Y EL RESURGIR GASTRONÓMICO DE TORIJA

Vayáis donde vayáis en Torija vais a comer bien, de eso podemos dar buena cuenta. Os podríamos recomendar cualquiera de los mesones que rodean la plaza de la Villa, pero lo que no hay que perder es la oportunidad de conocer a Pocholo, todo un vendaval gastronómico que provoca verdaderas peregrinaciones.

Puerta de la Iglesia de la Asunción de Torija.Getty

Pocos (o nadie) le llaman Miguel Ángel, su verdadero nombre, desde que decidiera abrir su restaurante de cocina castellana hace un cuarto de siglo. Desde entonces y con la ayuda de sus hijas, ha conseguido que su cabrito y su cochinillo tengan hasta lista de espera cuando llega el fin de semana. Porque aunque no es el restaurante más bonito ni sofisticado en decenas de kilómetros a la redonda, Pocholo ha sabido conectar con Guadalajara y alrededores gracias a su carisma y su destreza como maestro asador.

Pocholo tiene su templo del cabrito lechal en el número 5 de la calle Mesones, junto a “La Felicidad de la Tierra”, el nombre con el que ha bautizado la casa rural que regenta y que es toda una declaración de intenciones. El menú en Pocholo es apto para todo aquel que venga con un hambre nivel reto “Crónicas Carnívoras”, donde se abre con una sopa castellana, unos huevos revueltos a la torijana con lomo y chorizo, o unas migas castellanas. Ahí es nada.

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Su cochinillo y su lechazo son un referente en Castilla La Mancha, pero su plato icónico es sin duda el cabrito lechal, en fuente de barro, como no puede ser de otro modo. Tierno, sedoso, con ese toque tan peculiar del horno que tanto movimiento tiene casi a diario. Se puede acompañar con una ensalada de la huerta, con producto sacado del mismo huerto de la familia. Torreznos, croquetas de cocido, menús del día y postres caseros. No se puede pedir más. Bueno si, que seamos rápidos reservando porque se pone hasta la bandera. Y motivos tiene...

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