George Best: el chico de Belfast

Ruta por la geografía urbana y emocional de un adolescente George en su Belfast natal. Aquel chico acabó por convertirse en Best, uno de los mejores jugadores de fútbol de todos los tiempos.
George Best
Belén de Benito

Lo hizo todo antes del minuto noventa. Hasta los 15 años vivió en Belfast, en el lado este de la ciudad. A los 17 empezó a jugar en el Manchester United. A los 22 era la estrella del fútbol de la década de los sesenta, modelo y empresario. A los 26 ya estaba en pleno declive, aunque se retiró a los treinta y muchos. A los 59 murió como consecuencia de enfermedades derivadas de su alcoholismo.

Han pasado casi veinte años desde su entierro y no hay quien no sonría y se emocione al hablar de él. Ivor Moore, un taxista de Belfast con planta de actor de los años dorados de Hollywood, ojos del color de la escarcha y pelo cano perfectamente peinado a un lado, recuerda que el 3 de diciembre de 2005, a pesar de la lluvia torrencial, se congregaron miles de personas para despedirse de su querido chico de Belfast.

Vista de la calle Burren Way desde el número 16, donde vivió George Best.

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El recorrido del cortejo fúnebre arrancó en el domicilio familiar, una casa adosada de ladrillo y dos alturas en Burren Way 16, en un barrio de clase obrera del este de Belfast. El jardín y los setos que la rodeaban se cubrieron de flores, camisetas, bufandas, banderas y fotografías. De ahí se trasladó su cuerpo hasta Stormont, sede de la Asamblea de Irlanda del Norte, a unos cinco kilómetros. Al servicio funerario acudieron unas trescientas personas. El entierro, en cambio, en el periférico Cementerio de Roselawn, fue una ceremonia íntima.

El día después miles de personas visitaron su tumba, que se cubrió de flores enviadas por gente anónima y personalidades de todos los ámbitos. Hoy la lápida de mármol negro de George Best, junto a la de sus padres, la visita menos gente, pero no le faltan ramos. Otra cosa es dar con su ubicación en este cementerio ajardinado por el que circulan coches.

Tumba de George Best.

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DE BELFAST A MANCHESTER

De niño, George corría y practicaba su fútbol alrededor del campo en el que su madre jugaba al hockey, en el Malone Rugby Club. De ella heredó la habilidad. La afición por el fútbol le viene de su padre y su abuelo, con quienes iba al Oval a ver jugar al Glentoran. Desde la grada sur de este estadio que cruje, con arrugas y cicatrices, se ven las grúas amarillas de Harland & Wolff, la naviera que construyó el Titanic, y en la que trabajó como operador de torno el padre de George Best, quien también jugó al fútbol en ligas menores hasta los 37 años. No pudo ver jugar a su hijo en un equipo local porque el Glentoran Football Club desestimó el fichaje de un quinceañero George por pequeño y flaco.

La única vez que jugó con la camiseta de dicho equipo fue el 14 de agosto de 1982, en un partido amistoso para celebrar el centenario del club contra el Manchester United. Los mancunianos ganaron 0-2, pero su victoria ya había sido en 1961 con el fichaje de George. Una operación que se llevó a cabo gracias al agente Bob Bishop, quien dijo a los dirigentes del club que creía haber encontrado un genio. Le creyeron y le esperaron, porque George hasta 1963 no debutó con el Manchester. George tenía 17 años y con él, junto con Denis Law y Bobby Charlton, la Trinidad del United, volvió la esperanza a Old Trafford.

Foto familiar en la casa de George Best.Belén de Benito

En 1958, parte de la plantilla del Manchester United había fallecido en un accidente aéreo en Múnich. En su segundo partido oficial con el Manchester United metió su primer gol y se fue a Belfast a celebrarlo y a leer cómo lo contaban los periódicos de su ciudad. “El chico marcó”, titularon.

UN CHICO APLICADO

La portuaria y autodestructiva ciudad de Belfast siempre se acordó de su chico en vida y nunca se ha olvidado de él. Un año después de su fallecimiento, el Banco del Ulster emitió un billete de cinco libras en su honor. En el centro del mismo hay un retrato suyo con la camiseta verde de la selección de Irlanda del Norte, flanqueado por dos imágenes; en una está vestido con la indumentaria del Manchester United, haciendo un remate acrobático, en la otra viste la indumentaria norirlandesa y lleva el balón pegado al pie en una pose típica suya que también se ha reproducido en una escultura a los pies del Estadio Nacional Windsor Park, en el oeste de la ciudad.

Detalle de una de las habitaciones de la casa de George Best.

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El billete en cuestión es una pieza de coleccionista. Aunque hay quien lo gastó, como un inglés que le pagó con ese billete a Ivor una carrera al aeropuerto (uno de los dos que hay en Belfast se llama George Best). Ivor, mientras abre la cartera y nos muestra el suyo, nos cuenta que tiene pensado regalárselo a sus nietos, algún día.

El billete parece recién sacado de la imprenta. Los colores verde y rojo destacan sobre el resto de tonalidades. Da miedo que al cogerlo se rompa y pavor que se lo pueda llevar el viento.

Campo de fútbol en Belfast.

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Es un billete de cinco libras que vale mucho más que todas las carreras juntas que hemos hecho en el taxi de Ivor. Un viaje por la geografía urbana y emocional de George Best en Belfast donde no faltó parada en el Colegio de Primaria Nettlefield, centro en el que, además de jugar al fútbol con lo que le cayera a sus pies, pues en la posguerra de la II Guerra Mundial no abundaban los balones de fútbol, George destacó como estudiante. Tanto que se le becó para ir al colegio de secundaria Grosvenor. Un cambio grande para el chico, quien tuvo que salir del este de Belfast e ir al oeste y cambiar el fútbol por el rugbi. El experimento no salió bien y pronto regresó al este, al Colegio de Secundaria Lisnasharragh.

A pesar de dedicar muchas horas al día al fútbol, los fines de semana iba al cine Ambassador a ver películas como El Zorro y Espartaco. En la actualidad este cine, que estaba dentro de un edificio art déco de 1936, ya no existe. Sí sigue la heladería italiana Desano, aunque se ha reformado y el local ya no es el mismo que frecuentaba George. El domingo era el día del oficio religioso, en la iglesia presbiteriana Ravenhill. Por aquí las iglesias protestantes son mayoría respecto a las católicas.

Uno de los murales que homenajean a George Best en la ciudad.

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MURALES QUE HONRAN

Belfast es una ciudad herida, también melómana, cómica y bebedora, en la que se suceden murales republicanos e independentistas irlandeses, unionistas y leales a la Corona británica y también de Best. El chico de Belfast sonríe de manera traviesa tanto en el de Cappagh Gardens, muy cerca del campo de juego de Cregagh, como en el del Centro de Visitantes del Lado Este y el de la calle Bythe.

En todos luce pelo largo, patillas abultadas, viste una camiseta de manga larga roja del United o la verde de Irlanda del Norte, siempre por fuera del pantalón corto, y calza unas botas negras pegadas a un balón. Y también todos ellos transmiten su fotogenia, carisma, habilidad y equilibrio, además de la imagen de un mod. De hecho, por su atractivo y glamour la prensa le apodó “el quinto Beatle”.

GEORGE BEST: UN CHICO DEL LADO ESTE

George Best decía que a un niño se le pueden enseñar ciertos aspectos del juego, pero no a jugar al fútbol, eso está dentro de uno. A Best, haber ido a escuelas como las del Ajax o del Barça le habría afectado más a su manera de jugar y de entender el fútbol que el alcohol. Ese que consumió y disfrutó en el Hotel Europa y en el Ulster Sport Club, entre otros pubs. Lugares que hoy le honran con fotografías, dibujos y anécdotas contadas por quienes le vieron y le trataron.

Cartel de ‘prohibido jugar a la pelota’.

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George fue fruto de la calle, una flor silvestre entre esos adoquines que tanto se lanzaron unos y otros en Belfast durante un tiempo. Si Maradona es Villa Fiorito, George comenzó a ser Best en Donard Street. En esa calle, en la que vivió hasta los dos años, hay una foto de él con catorce meses en la que se le ve adoptando una postura que ya destila destreza, técnica y equilibrio. Quien la ve no ve a un niño, se imagina a un futbolista y un artista liliputiense. De la casa de Donard Street se mudó con su familia a la de Burren Way 16, donde vivió hasta que se fue a Manchester.

Una casa que durante mucho tiempo estuvo asediada por la prensa y a la que Best tenía que entrar o salir por la parte de atrás. Hoy es un alojamiento turístico de tres habitaciones con bañera y aseo separado, salón, cocina y jardín delantero y trasero, comunicados ambos por un pasillo que se parece a un túnel de acceso a un campo de fútbol en el que en la pared hay escrita una cronología con los principales hitos deportivos de Best. No faltan fotos, libros, revistas y periódicos en los que es el protagonista.

Bill Spence, actual regente de Spences.

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Como lo es dentro de Spences Fish and Chips, un negocio especializado en fish and chips desde 1921 que aún transporta al entrar a la década de los sesenta y setenta con su suelo ajedrezado de tonos marrones y mesas alargadas y estrechas entre bancos de madera de color azul. Las paredes están forradas con el menú de la casa y fotografías y camisetas de este futbolista del que no se olvida Bill Spence, tercera generación al frente de este negocio que nos abre sus puertas, a pesar de faltar unas horas para tener que hacerlo, por la intermediación de Ivor, y porque preguntamos por George Best.

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El orgullo de Belfast y, para Ivor, un niño que creció en la ciudad a finales de los sesenta y principios de los setenta, una inspiración que le hizo querer jugar y amar el fútbol hasta hoy.

Este reportaje fue publicado en el número 158 de la revista Condé Nast Traveler (Invierno 2023). Suscríbete a la edición impresa (15,00 €, suscripción anual desde nuestra web). El número de otoño de Condé Nast Traveler está disponible en su versión digital para disfrutarlo en tu dispositivo preferido

Tres jóvenes locales frente a un mural.Belén de Benito

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